El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991)


Hay películas que pasan a la historia por una interpretación. A veces, un actor y un personaje se fusionan de tal modo que no puedes distinguirlos. Estamos ante uno de esos casos: los nombres de Anthony Hopkins y Hannibal Lecter siempre irán asociados a uno de los momentos cumbres del cine americano de los años 90. Una de esas composiciones actorales que cualquier buen aficionado al cine disfruta plano a plano.
Pero cuidado: los méritos de esta obra maestra no acaban ahí. Enfrente de Hopkins tenemos a una Jodie Foster que no solo no se arruga sino que aguanta el tirón y hace otra creación memorable con su Clarice Starling. El mayor halago que le puedo hacer a su trabajo aquí es que, años después, hizo este personaje una actriz que admiro mucho más (Julianne Moore) pero que no solo no consiguió hacerme olvidar a Foster, sino que logró que la echara de menos…
Ambos entendieron perfectamente que la excelente adaptación de Ted Tally ahonda de manera precisa en el lado oscuro de las personas buenas y en el luminoso de las malas, creando una historia de ambiente malsano. Jonathan Demme, por su lado, hizo también con brillantez su parte. Supo captar y construir visualmente esa atmósfera única creando uno de los grandes tótems del cine de los 90. Como muestra de su calidad, “El silencio de los corderos” es una de las pocas películas (y la última) que consiguió el llamado “repoker de Óscars”, es decir, ganar los cinco grandes: Película, Director, Actor, Actriz y Guión. Y recuerdo pocos Óscar menos discutidos que los que ganó este maravilloso film. Esencial.

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