Viaje a la Luna (George Melies, 1902)


George Melies es para mi el primer “cineasta” de la historia del cine, entendiendo como tal a alguien que usa el cine como medio de expresión artística [NOTA: maticemos esto con Alice Guy Blanche]. Si hay un verdadero padre del cine tal y como lo entendemos hoy, ese es el genial mago francés (literalmente: era mago cuando descubrió el cine). Fue uno de los primeros “visionarios” del séptimo arte, el primero en ver el potencial de ese invento más allá de la fascinación de la imagen en movimiento. El primero en entender que el cinematógrafo era para contar historias de una forma nunca antes vista y no un invento para exposiciones científicas o barracas de feria.
A través de su productora Star Films (uno de los primeros estudios profesionales conocidos), creó la friolera de 500 películas entre 1898 y 1912, de las que era director, productor, guionista, director artístico, director de fotografía, montador y diseñador de efectos especiales. En ese sentido, seguramente Chaplin sea el único de entre los grandes con una capacidad creativa y técnica tan trasversal. Tenía un equipo más o menos fijo de varias decenas de personas, entre actores y técnicos. Porque sí, amigos, “la profesionalización” de todos esos departamentos entran en juego por primera vez de la mano de Melies. Por desgracia, hoy no conservamos ni la mitad de su filmografía. Pero basta echar un vistazo a un puñado para caer rendido a la desbordante imaginación y visión que tenía este hombre.
Melies fue también pionero en la adaptación de textos literarios y teatrales. Por ejemplo, él fué el primero en llevar al cine Cenicienta, ¡52! años antes de la mítica película de Walt Disney. Y en este grupo de adaptaciones se encuadra la que, de entre su infinidad de joyas del celuloide, es mi gran debilidad: Viaje a la Luna, adaptación muy libre del libro de Julio Verne De la Tierra a la Luna. Esta maravillosa película de apenas 13 minutos, coloreada a mano, representa de manera perfecta el estilo de su autor, su forma de entender el cine. Son inolvidables sus profundidades de campo conseguidas a través de la escenografía; su variada gama de trucajes (desde los selenitas que explotan al golpearlos hasta la clásica escena de baile de estrellas y astros); su maravilloso diseño de producción, muy especialmente la parte que transcurre en la Luna, donde el talento visual de Melies simplemente explota.
Si la ves con ojos de hoy, está claro que es una película inocente y primitiva. Pero si te pones en la piel del público de la época, es fácil entender que alucinasen de manera muy contundente. ¡De pronto estaban viendo la Luna! ¡Y sus habitantes! ¡Y a seres humanos paseándose por allí! Conviene recordar que el cine tenía sólo seis años de vida y en esta época las cámaras eran todavía manuales (es decir, funcionaban dándole a una manivela) y la película virgen era tan bruta que sólo se impresionaba con la luz del Sol… Las limitaciones técnicas eran tan espectaculares como las soluciones que inventaba Melies para superarlas. Sí, definitivamente Melies mostró el camino a todos los que vinieron después. El cine era para contar historias. Para potenciar la magia hasta el infinito y hacersela vivir a los espectadores, convertiéndoles en niños sorprendidos ante imágenes nunca vistas. Viaje a la Luna es una de las primeras obras maestras del cine, un clásico a la altura de cualquiera, con un puñado de imágenes icónicas e inolvidables, de esas que la gente reconoce incluso sin haber visto la película.


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